Resultan adorables esos vampiros que iluminaron nuestros años mas jóvenes y que en el S.XXI, ante la crueldad de los Estados, de las mafias, de los poderosos, de la sangrante realidad, nos parecen deliciosamente entrañables. El vampiro que sale de su cripta a buscar su desayuno en glóbulos rojos resultaría hoy un buen amigo para nuestras hijas adolescentes, porque sin duda sería más caballeroso de lo que ellas jamás hubieran creído posible. El monstruo de Frankenstein no daría miedo, sino que sería un paria más buscando amor, cariño, amistad, algún sentimiento que nutriera su alma herida. Las apariciones fantasmagóricas, los muertos vivientes, las almas que vuelven a ajustar cuentas o a pedirnos explicaciones, son cosa del pasado, de ese tiempo en el que había creencias religiosas, esperanza en un más allá, en una justicia superior, en una vida eterna en las dulces praderas del cielo de cada uno...
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