sábado

NOVELITAS DE TERROR NUMERO UNO

 

El relato de terror, fantástico, gótico, o cualquier género cercano, nos devuelve a la adolescencia, a la primera madurez, a esos  tiempos en los que éramos más ingenuos, en los que creíamos en el «bien» y por lo tanto en su contrario, el «mal». Para sentir miedo —o algún tipo de vibración especial en el alma— hay que mantener una mente joven, abierta a lo novedoso, olvidar la realidad y buscar en las ensoñaciones más lúgubres la otra cara de nuestro ser, esa otra cara que se nos oculta y nos ocultamos. Si se medita un instante, se constata que el terror y el amor parecen caras de la misma moneda, flores
que sólo nacen de la ingenuidad, del olvido de la realidad, de la esperanza, de la sorpresa, de un alma henchida a pesar de lo cotidiano.

Resultan adorables esos vampiros que iluminaron nuestros años mas jóvenes y que en el S.XXI, ante la crueldad de los Estados, de las mafias, de los poderosos, de la sangrante realidad, nos parecen deliciosamente entrañables. El vampiro que sale de su cripta a buscar su desayuno en glóbulos rojos resultaría hoy un buen amigo para nuestras hijas adolescentes, porque sin duda sería más caballeroso de lo que ellas jamás hubieran creído posible. El monstruo de Frankenstein no daría miedo, sino que sería un paria más buscando amor, cariño, amistad, algún sentimiento que nutriera su alma herida. Las apariciones fantasmagóricas, los muertos vivientes, las almas que vuelven a ajustar cuentas o a pedirnos explicaciones, son cosa del pasado, de ese tiempo en el que había creencias religiosas, esperanza en un más allá, en una justicia superior, en una vida eterna en las dulces praderas del cielo de cada uno. Y una vez que hemos llegado a la madurez y sabemos tantas cosas.

La melancolía se apodera de nosotros y añoramos los tiempos en que éramos ingenuos, teníamos miedo al infierno, al fantasma, al juicio final, aquellos tiempos en que creíamos que en un monte soriano podría encontrar la muerte un joven valiente o en un monte de Grecia existían dioses bellos y terribles. Los montes ya no guardan secretos, las nubes que en la mañana rodean sus cimas son sólo agua, por encima de esas nubes no hay nada. Y en esa terrible soledad e indefensión del ser humano, solo ante su realidad, solo ante el mundo, la imaginación, los sueños, la literatura, son un refugio en el que recuperar el calor perdido en una época que tiene como único sueño el dinero y los placeres cercanos.

Aquella deliciosa ingenuidad del pasado siglo, aquella dulce candidez decimonónica de los folletines en la prensa, de las páginas en la tarde a la luz de la vela, aquella ingenuidad que llevaba a los intelectuales, a los dandys, a morir en las guerras de sitios lejanos como Grecia o España por ideales, aquella ingenuidad… 

¡Maldita sea! Queríamos vivir en el siglo de la razón, ser ciudadanos en un mundo construido con la lógica más sublime, pero no queríamos perder la fantasía, y nos la han robado con nuestra aquiescencia.


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